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Reflexions i documents

Thursday, December 11, 2008

VIOLADORES IMPUNES

José Montserrat Torrents
escritor

Publicado en "Guaraguao" n. 28, verano 2008

Fernando Vallejo
La puta de Babilonia
Seix Barral, Barcelona, 2007

El escritor colombiano Fernando Vallejo declara así sus intenciones en la portada del libro: "La católica, la apostólica, la romana, la jesuítica, la dominica, la impune bimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar". Luego, en 317 páginas hilarantes, desaforadas y verdaderas procede al cobro.
En una entrevista publicada en el diario EL PAÍS del 24 de noviembre de 2007, Vallejo declara cual es esta cuenta pendiente: "La de la infancia, que tanto me amargó con la amenaza del infierno por mis infinitos pecados, como el de masturbarme pensando en los compañeritos de la escuela, o la de las comuniones sacrílegas, que son las que resultan de las confesiones a medias, como cuando uno dejaba de contarle al cura justamente eso."
El libro se lee de un tirón, como seguramente fue escrito. No se divide en capítulos temáticos, porque no estudia nada, no enseña nada, no informa sobre nada. Es un desahogo emocional, la catarsis de un espíritu torturado por la imbecilidad de la moral católica, la que el sufrió en su propia carne, la que yo experimenté en la mía, la que en algunos aspectos esenciales sigue viva en los centros de enseñanza de este país, subvencionados por el Estado.
El género de la denuncia de las falsedades de las religiones monoteístas reveladas tuvo un espléndido inicio con el fabuloso Diccionario de Pierre Bayle, a finales del siglo XVII, aun hoy digno de lectura. En 1712 vio la luz en Holanda el contundente "Traité des trois imposteurs, Moïse, Jésus, Mahomet". Voltaire aportó una pieza de finísima lectura, su "Dictionnaire philosophique". Siguieron las obras de l'abbé Meslier y luego, ya en el siglo XIX, los estudios racionalistas. Pero la fuente, si no única, sí principal de Vallejo es la sustanciosa "Historia criminal del cristianismo" de K. Deschner (Martínez Roca, Barcelona, 1990), en siete volúmenes. Vallejo reseña, borda y afiligrana la catarata de ominosas informaciones contenidas en los volúmenes del alemán. cocidas en el furor y el odio de su propia experiencia como víctima.
El trauma vallejano fue provocado por la doctrina católica según la cual todo acto de masturbación, masculino o femenino, infantil o adulto, es un pecado mortal que implica la condenación eterna a las penas del infierno. La única posibilidad de remisión de este pecado es la confesión auricular a un sacerdote, siempre de género macho. Vallejo, como la inmensa mayoría de los adolescentes y la mayoría de las adolescentes, se masturbaba a conciencia, con periodicidad por lo menos semanal. La presión familiar y escolar le obligaba luego a recibir la sagrada comunión, es decir, la hostia, y si lo hacía sin haberse confesado cometía un nuevo pecado, un sacrilegio, más grave que el anterior. La nómina pecaminosa se iba acumulando, y la pobre avecilla se hallaba entrampada en una progresión geométrica de pecados y sacrilegios cada vez más arduos de declarar.
Veamos en que términos se expresaba la moral católica en los años en que Vallejo y yo éramos niños y jóvenes. Citaré varios pasajes de "Epítome de teología moral" de J.B. Ferreres, S.J., Barcelona, Subirana, 1955.
"Toda lujuria (completa o incompleta) directamente voluntaria es siempre pecado grave, de manera que no admite parvedad de materia" (pág. 169).
"Polución (masturbación, vicio solitario) es el deleite venéreo completo obtenido sin cópula. En el varón va acompañado siempre de derrame seminal; en la mujer, con frecuencia, hay derrame de otros humores, aunque no siempre… En los no púberes la polución sólo emite (otros) humores, por ausencia de semen; pero la delectación es completa y grave de suyo. La malicia intrínseca de la polución consiste en la acción misma generativa voluntariamente procurada o consentida contra el orden y finalidad establecidos por Dios… La polución directa y perfectamente voluntaria es siempre pecado mortal, de modo que nunca es lícito procurarla ni consentir en su deleite, aunque se origine de una causa inculpable" (págs. 174-175). El último inciso alude a la polución nocturna: viene por si sola, pero si se consiente en el deleite, es decir, el gustito que proporciona, es pecado mortal. Para evitar este consentimiento se aconseja "levantar la mente a Dios o a la Virgen Santísima" (pag. 174). No consta en los Santos Padres que sea pecado mortal el uso de un kleenex.
En las obras recientes de ética cristiana para jóvenes se aprecia una cierta fluctuación y una notable incomodidad. No faltan libros publicados por editoriales católicas que enseñan la absoluta indiferencia moral de la masturbación, considerándola una operación natural y aun beneficiosa. Pero la mayoría de autores católicos intentan nadar y guardar la ropa. Mantienen los principios: "In venereis non datur parvitas materiae" (en las cosas venéreas no hay parvedad de materia"). La masturbación es en si misma pecado mortal (esta terminología, sin embargo, va cayendo en desuso) y constituye un desorden contra la naturaleza y la ley divina. Entonces intentan un aligeramiento por el lado del sujeto; la inmadurez del y de la adolescente sería una circunstancia atenuante, que haría de la masturbación un pecado simplemente venial.
Pero Fernando Vallejo no disfrutó de estas por lo demás incongruentes edulcoraciones de una moral inhumana. En su infancia (y en la mía) el "non datur parvitas materiae" era la ley inexorable. Todos los niños y niñas, adolescentes y jóvenes católicos eran pertinazmente bombardeados por individuos ensotanados que les amenazaban con las penas del infierno a raíz de la más leve transgresión en la cosa venérea. En las jornadas de ejercicios espirituales, en las pláticas, en las conversaciones privadas, se inoculaba el terror de la condenación eterna. Aduciré pasajes de uno de los libros que pusieron en mis manos cuando niño, milagrosamente escapado de los autodafés con los que he ido purificando mi bliblioteca. Se trata de "Confesaos bien", de José Luís Chiavarino, Ediciones Paulinas, Zalla, 1939. Quizás Vallejo lo reconocería.
"Habiendo sido llamado S. Leonardo de Porto Mauricio para asistir a una moribunda, fuese allá inmediatamente, acompañado de un Hermano lego. Confesada la enferma, sale en busca de su compañero, que esperaba en la antesala. Ya se disponía el santo para marcharse, cuando el Hermano, muy triste y asustado, le dice:
- Padre Leonardo, ¿qué significa lo que he visto?
- ¿Qué has visto?
- He visto una mano horrendamente negra que se movía en la antecámara y apenas salió usted entró con la rapidez del rayo en el aposento de la enferma.
A tal relato, San Leonardo vuelve atrás, se dirige hacia la moribunda y !oh terrible escena! aquella mano negra ahogaba a la desgraciada que con los ojos desorbitados y la lengua fuera moría gritando: "!Malditos sacrilegios, malditos sacrilegios!".

"Se cuenta de una niña que, a los SIETE AÑOS (mayúsculas horrorizadas del transcriptor) había tenido la desgracia de cometer un pecado de impureza. Por vergüenza no se atrevió a confesarlo nunca. Cayó gravemente enferma, llama al confesor, se confiesa, recibe el Santo Viático y la Extremaunción y muere. Todos: su madre, sus hermanos y sus amigas lamentaron su muerte, pero se consolaban creyéndola salvada y santa, cuando a los tres días de enterrada, mientras iba el sacerdote a celebrar la Santa Misa por su alma, siente que le tiran de la casulla para detenerle, y una voz triste y lastimera que le dice: "Padre, no vaya a celebrar por mí, porque estoy condenada: por los pecados que callé en mis confesiones desde los siete años".

Fernando Vallejo increpa, insulta, aúlla, y los lectores gozamos con sus increpaciones, con sus insultos y con sus aullidos, descascarando de paso nuestra propia memoria gracias a su valerosa cabalgada. Pero Vallejo no puede ser testigo de un abismo de miseria y de iniquidad todavía peor, de un descendimiento a los infiernos que no pudo experimentar por el simple hecho de ser varón. Vallejo no puede hablar en nombre de los millones de mujeres educadas en la iglesia católica apostólica y romana que fueron agredidas, espiritualmente violadas y atormentadas en su juventud a causa de la moral sexual católica y de la doctrina del llamado sacramento de la penitencia.
El pecado mortal venéreo sólo puede ser redimido por medio de la confesión auricular. Ahora bien, el ministro de este sacramento es, en la iglesia católica, únicamente el sacerdote, un varón, un macho. La muchacha católica que ha cometido un pecado venéreo, por ejemplo, una masturbación, sólo puede redimirlo confesándolo personalmente a un sacerdote, un varón, un macho. En la intimidad del confesionario, en un ángulo oscuro de la capilla, la chica tiene que arrodillarse ante una rejilla detrás de la cual le aguarda el macho ordenado, cuyos efluvios varoniles llenan el estrecho habitáculo. La penitente tiene que explicar el acto que cometió, y el macho tiene que requerir las circunstancias que pudieran agravarlo o atenuarlo: ¿Hubo orgasmo o fue un simple tocamiento? ¿Con la mano o con algún instrumento? ¿Sola o en compañía? ¿Cuantas veces? Cierto que la Sagrada Congregación de Sacramentos exhorta a los confesores a no indagar demasiado, pero miríadas de mujeres darán testimonio de que los machos ordenados tras la rejilla suelen regodearse con estas conversaciones lúbricas con las doncellas en la intimidad del confesionario. Los manuales de moral ya prevén este hecho: "No hay culpa alguna en la polución que tal vez se origine en un médico, un confesor, etc., cuando cumplen con su oficio" (Ferreres, obra citada, pág. 173).
Mi compañera me autoriza a contar que, cuando era una preadolescente, un confesor de su colegio de religiosas de Barcelona le preguntó si se había masturbado; la infeliz no sabía de qué se trataba, y se lo preguntó luego a un compañero, que, por motivos obvios, no se lo pudo aclarar del todo.
La moral católica exige, pues, a la joven creyente revelar su vida íntima sexual a un macho. Se trata de una verdadera violación espiritual, que tiene unos inductores, las personas que tienen autoridad sobre la muchacha, y un autor, el sacerdote que la escucha en el confesionario.
Emplazo a los juristas a perfilar este hecho como figura delictiva. Una primera base la ofrece el artículo 173 del Código Penal español:
"2. El que habitualmente ejerza violencia física o psíquica sobre quien sea o haya sido su cónyuge o sobre persona que esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aun sin convivencia, o sobre los descendientes, ascendientes o hermanos por naturaleza o afinidad, propios o del cónyuge o conviviente, o sobre los menores o incapaces que con él conviven, o que se hallen sujetos a la potestad, tutela, curatela, acogimiento o guarda de hecho del cónyuge o conviviente, o sobre persona amparada en cualquier otra relación por la que se encuentre integrada en el núcleo de su convivencia familiar, así como sobre las personas que por su especial vulnerabilidad se encuentran sometidas a custodia o guarda en centros públicos o privados, será castigado con la pena de prisión de seis meses a tres años…"
También el Anexo IV: Medidas de protección integral contra la violencia de género. Exposición de motivos, III: "En el (ámbito) educativo se especifican las obligaciones del sistema para la transmisión de valores de respeto a la dignidad de las mujeres y a la igualdad entre hombres y mujeres". Estos valores son conculcados por una institución que excluye de sus tribunales religiosos a las mujeres, obligando a éstas a someterse al juicio de los varones.
El mismo anexo, Artículo 1, Objeto de la Ley. 3: "La violencia de género a que se refiere la presente Ley comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad."
Los sacerdotes católicos y sus cómplices que induzcan a una menor a revelar sus intimidades sexuales bajo amenaza de las penas del infierno, deberían ser considerados incursos en los delitos tipificados en los artículos citados. Al legislador toca proceder a una protección efectiva de las niñas y de las adolescentes.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

David Jou ha publicado un muy interesante libro llamado :
"Reescribiendo el Génesis" ED. Debate, 2oo8
en que reproduce lo que ha aprendido de Josep Montserrat sobre los gnósticos y sobre Platón,
especialmente su interpretación de las "anomalías" y asimetrías que observa la física actual en el Universo,
como un error de la Creación y con la materia como otro error.

Se puede decir que existe una "Escuela gnóstica de Barcelona"
integrada por Josep Montserrat y por David Jou,
y su interpretación del gnosticismo va dirigida a la física del Universo,
mientras que mi interpretación sigue el espíritu original de Basílides y los otros ,
como una reacción psicológica ante el mal en el mundo y la maldad de los otros hombres,
así como ante los fracasos personales y los problemas de salud y de dinero de sus seguidores.

11:11 AM  

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